Hola a todo el mundo. Esta es bastante larga, así que si tenéis el tiempo justo, mejor dejarla para otro momento, si seguís leyendo ya será bajo vuestra responsabilidad.
Parece mentira. Cuando tenía trabajo, trabajaba menos que ahora, que no tengo trabajo. Trabajo, trabajo y no paro de trabajar, trabajando y buscando trabajo cada día.
Ayer, siete de la mañana, suena el móvil-despertador. Me levanto, preparo los desayunos, adecento la casa antes de las ocho y media, para al volver de llevar a la niña a las nueve al cole, poder ponerme a buscar más trabajo, o enviar algún curriculum, o lo que se tercie. Mientras discuto con mi niña la posibilidad de no llevar el patinete al colegio, pues para mí volver con él es muy incómodo, sigo con tareas tales como hacer las camas, recoger la casa, fregar, poner la lavadora, pasar la mopa al suelo o barrer.
No gano la batalla dialéctica con mi hija y llevamos el patinete, con la excusa de que como le duelen algo los pies porque está en pleno proceso de crecimiento, le servirá para no tener que hacer tantas pisadas en los 11 minutos que tardamos en llegar al colegio. Entre una cosa y otra, llegan las nueve menos cuarto de la mañana y salimos con patinete, paraguas, libros, cuadernos, raquetas de badmington, mochila, bolso y menos mal que el balón de baloncesto ya no. Esa fue una batalla que gané yo.
Por el camino y solo tres minutos después de salir de casa, es precisamente el patinete lo que hace que mi niña se retuerza un pie en una mala maniobra. Cargo con él hasta el colegio.
Nueva batalla dialéctica que gana ella. Insisto en volver a casa y mirar su pie. Insiste en quedarse en el colegio y ver qué pasa. Mi niña sube a clase, algo quejosa por el dolor de su pie. Primera tarea prioritaria del día terminada.
Vuelvo a casa no sin antes pasar por la panadería con la dulce panadera al frente, (os remito a leer la entrada "LO DEL PAN" de este blog, para entender por qué digo dulce panadera) y compro la media barra blanquita correspondiente. La preocupación del pie retorcido de mi niña, tendrá que esperar hasta las doce y media, que será cuando vaya a recogerla. Entonces sabré si la cosa ha ido a más o no.
Ya son las nueve y media, y buscar trabajo en internet, enviar curriculums, y apuntarme a ofertas de trabajo, me ocupa gran parte de la mañana, sin dar sus frutos hasta ahora, pero me ocupa la mañana igualmente.
Entretanto recibo una llamada.
Estoy pendiente de dos ofertas de trabajo a las que me apunté hace poco, y que aunque no tenía ninguna esperanza de que me llamaran para entrevista, el hecho de enterarme de que le habían llamado del mismo sitio a una amiga mía, me hacía albergar esperanzas desde entonces, por tanto cada llamada desconocida recibida, era registrada por mi cerebro como una posibilidad de entrevista de trabajo.
Al descolgar el teléfono la voz al otro lado, me resulta conocida. ¡Y tanto!. ¡Como que era mi prima!. Se había acordado de mi, al enterarse de una selección de personal que estaban haciendo en una asesoría, y me llamaba para proporcionarme la dirección donde podía enviar mi curriculum. Muy agradecida, escribo la dirección en un papel con la intención de enviar otro curriculum exclusivo más, con una carta de presentación exclusiva más, a otro sitio más. Insisto en que no pierdo la esperanza.
Esa misma mañana, recibo otra llamada desconocida. Dos llamadas de números desconocidos, en una mañana de una persona en el paro, no es normal. Esta vez si. Esta vez tiene que ser la llamada que estoy esperando. ¡ Una entrevista, seguro!.
Al descolgar el teléfono la voz al otro lado, me resulta vagamente conocida. Esta llamada incrementa mi trabajo. Son las doce menos veinte, a las doce y cuarto tengo que ir a por mi hija con el coche, por si le siguiera doliendo el pie, tengo pendiente aún enviar el curriculum a la asesoría cuya dirección me ha facilitado tan amablemente mi prima, y mi nueva interlocutora, me pide que le envíe hoy antes de las tres de la tarde, por mail, quince fotocopias que necesita para completar un escrito que necesito. Las fotocopias primero las tengo que escanear pero están grapadas entre si, con lo cual comienzo una lucha encarnizada con las grapas que parecen haber establecido una romántica y apasionada relación con el papel después de tantos años sin separarse. No hay quien las despegue. Quitarlas solo con mis dedos es imposible. Un cuchillo de cocina es mi aliado en esta nueva tarea. Cuando por fin consigo terminar con la apasionada relación, el escaner se alía con las grapas para hacerme la vida imposible, y no funciona. Mando escanear desde mi ordenador, pero no le da la gana. Por tanto, un nuevo incremento del trabajo. Tengo que arreglarlo.
No lo consigo y tengo que salir pitando hacia el colegio, pues se han hecho las doce y cuarto intentando solucionar la avería. Ahora también tengo pendiente enviar las fotocopias.
Llego al colegio. Mi niña sale algo cojita, pero no mucho. La duda de llevarla al médico o no, tendrá que esperar. Veremos como evoluciona.
Me cuenta que sobre las once de la mañana, ya no aguantaba más el dolor del pie, y ha tenido que ponerlo en conocimiento de su profesora. Le ha dado una crema, y parece que le duele menos. Antes de ir a comer, pasamos por la farmacia para comprar la misma crema.
Ya en casa, ultimo los detalles de la comida, comemos y friego. Es la una y media del mediodía. Sin tiempo para otra cosa, intento arreglar el escaner. Por fín lo consigo, y comienzo a escanear las quince hojas, una por una, por las dos caras. El escaner no es muy rápido, y me dan las dos de la tarde poniendo hojas boca arriba, y luego boca abajo.
A las dos y cuarto por fin he conseguido escanear todo, y enviar las fotocopias antes de la hora fijada. Solemos salir a las dos y media de casa para ir a la tarde al colegio. Tengo un cuarto de hora para darle la crema al pie de mi niña, ponerle una venda no muy apretada según me ha indicado la farmacéutica, y pienso que así, no podrá ir hoy a su gimnasia extraescolar de seis a siete de la tarde. Esto me vendrá bien, pues en vez de esperar una hora como cada lunes y viernes, en el lejano centro cívico, viendo como hace gimnasia, podré estar en casa enviando el curriculum a la asesoría.
Salimos a las dos y media para el colegio. Entra a las tres, pero le gusta estar un ratito antes con sus amigas. A las tres menos cuarto dejo a mi niña en el patio, y me dirijo a mis clases de euskera. Hace mucho frío y llueve. Como la calle donde voy a euskera es peatonal, tengo que dejar el coche aparcado como a unos cinco minutos andando. Aparco. Cojo mis apuntes del asiento de atrás del coche mientras me mojo, y ando cinco minutos ya con el paraguas abierto, hasta por fin llegar a euskera, donde tengo una hora y media de algo de tranquilidad, mientras pongo mis cinco sentidos en marcha para aprender este enrevesado idioma. La clase termina a las cuatro y media, pero salgo diez minutos antes, para que me dé tiempo a ir hasta el coche y llegar al colegio antes de que salga mi niña. Sale a la misma hora que yo de euskera. Los días que no llueve me espera quince minutos en el patio, pero ayer llovía y hacía frío. Preferí perder diez minutos de clase, a que ella me esperara con su pie malo en el patio.
Voy corriendo al coche y corriendo al patio. Llego a las cinco menos veinticinco y mi niña ya me está esperando. Llegamos a casa a las cinco menos cuarto. Parece que por fín voy a poder enviar mi curriculum a la asesoría, mientras mi niña merienda tranquilamente.
Pues no. A las cinco, solo un cuarto de hora después de habernos quitado los abrigos y las botas
cuando ya parecía que el día iba a serenarse, recibo la llamada de la chica de las fotocopias. Tengo que ir esa misma tarde a su oficina para firmar unos impresos. Mi niña y yo, volvemos a ponernos nuestros abrigos y nuestras botas. Salimos para allá. Cogemos el coche. El cuarto de hora que cuesta llegar, se convierte en treinta minutos, pues equivoco la ruta.
Desde que me he propuesto ser más green y utilizo el coche lo menos que puedo(os remito a leer la entrada " LO DE SER GREEN" de este blog), me oriento aún peor que antes, y doy una vuelta enorme por Vitoria, con lo que llegamos justo antes de que cierren. Firmo los inoportunos impresos y volvemos para casa.
Por fin puedo enviar el curriculum a la asesoría, pero no es tan sencillo. Antes de enviar un curriculum cualquiera, tengo que exclusivizarlo, y también la carta de presentación. Creo que la palabra exclusivizar me la acabo de inventar, pues el procesador de textos con el que escribo este blog me la subraya continuamente, indicando que no existe en su extensa base de datos, por tanto, procederé a explicarla.
Según la oferta de trabajo a la que vayas a enviar el curriculum y la carta de presentación, es conveniente darles unos toques exclusivos, y enfatizar más unas cosas u otras, según los requisitos que pidan.
En fin, esto también te toma un buen rato, por tanto, en este día en cuestión, doy por terminada mi jornada laboral, que ha comenzado a las siete de la mañana con el sonido del movil-despertador, y ha terminado a casi las ocho de la tarde sin parar. Voy a hacer la cena para despejarme. GRACIAS PRIMA.