Descansa en el banco como si del salón de su casa se tratara. La disposición de su no demasiado cómodo sofá, solo le permite entretener sus pensamientos, con la visión de la puerta del portal que compartimos, toda la actividad que esto puede suponer y poco más. Observar como disfrutan de un agradable paseo otras personas, parece convertirse en otro de sus pasatiempos. Probablemente su bastón y reducida movilidad, le impiden ser protagonista de su propia distracción.
Según me acerco al anciano, acompañada de mis euskerizados pensamientos, y en mi empeño por intentar ser algo más sociable, sonriente y accesible, en esta solitaria y dura etapa de la vida que me ha tocado superar, veo como espera pacientemente a que la distancia vaya reduciéndose y sea posible la comunicación. Supongo que en una tarde llena de anuncios en la tele, un pequeño descanso le vendrá bien, por tanto nunca paso sin saludarle, o hacerle algún comentario. Una gran sonrisa cruza su rostro, levanta su bastón, vuelve a bajarlo y nos saludamos cortésmente. Casi nunca entiendo lo que me dice, pero con su sonrisa y el esfuerzo de levantar el bastón ya bastaría.
Una tarde, su pasatiempo parecía ser únicamente mirar hacia el suelo. Supongo que alguna trabajadora hormiguita, sería la protagonista de un ratito en su ociosa tarde.
Con el tiempo justo de saludar, y sin poder detenerme un momento, pues mi niña había salido del colegio y me esperaba sola en el patio, desde la distancia saludé a mi compañero de cortesía taciturna de lunes, miércoles y viernes, pero esta vez no levantó la cabeza, ni el bastón.
Deduje que el oído es otra de las cosas que se pierde con el tiempo, y me quedé sin mi saludo, sin mi sonrisa y sin mi gesto de bastón. Obviamente una graciosa hormiguita, puede ser muy entretenida, y no se lo tuve en cuenta. Con que estuviera un ratito entretenido era suficiente para mi.
GRACIAS HORMIGUITA.
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