Muy buenas a tod@s. Me desperté con un fuerte dolor en la espalda. Con poco que moviera la cabeza en cualquier dirección, me acordaba con malicia de toda la familia de alguien. Prácticamente no podía mover el brazo izquierdo. El dolor era muy fuerte y no podía relacionarlo con nada que hubiera hecho el día anterior. Ningún esfuerzo físico exagerado. Psíquico si, pero físico nada de nada. Recordaba que había ido a dormir sin dolor alguno, igual que una quinceañera. Eran las cinco de la mañana. Imposible conciliar el sueño. Por fín decidí incorporarme, pero ni estiramientos, ni movimientos suaves hacían que el dolor se aliviara. Decidida a volverme a dormir adoptaba postura tras postura sin efecto positivo alguno. Por fin llegó la hora de levantarme y nada había cambiado.
Justo el día anterior se me había terminado el tan socorrido fármaco llamado Ibuprofeno y no tenía nada que tomar para aliviar el dolor.
La suerte estaba de mi parte, pues tenía cita con el médico para pedirle una receta de Ibuprofenoeno, que me permitiera comprarlo por unos céntimos menos, por tanto acudí al médico después de dejar a mi niña en el colegio pero con pretensiones muy diferentes a las que tenía cuando pedí la cita.
El médico estaba justo al lado del colegio de mi niña. El camino hasta cole fué arduo y doloroso, pero la vuelta del médico de película.
En cuanto el médico vió lo limitado de mis movimientos, como si una adorable abuelita hubiera entrado en su consulta, y después de un pequeño reconocimiento quejumbroso y doloroso, decidió inyectarme un fármaco antiinflamatorio.
Ahora, además de no poder mover el cuello, el brazo y hombro izquierdos, tampoco podía andar correctamente, y los trece minutos de camino hasta mi casa, se convirtieron en 30. Iba coja de la pierna derecha e inmovil de la parte izquierda. En bloque giraba mi cuerpo para mirar si venía algún coche y podía cruzar o no la carretera. Algo semejante a un zombie o alma en pena.
Aún así, podía sostener el teléfono movil con la mano derecha para ir narrando a mi mamá, lo penoso de mi vuelta a casa. Me daba la risa pensando en la imagen que proyectaba. Me hubiera gustado encontrarme conmigo misma por la calle y así poder ver el efecto que causaba en los viandantes mi nueva imagen.
A duras penas llegué a mi casa y poco tiempo después venía mi mamá con mi niña, trás haberla recogido del colegio. Qué haría yo sin mi mamá. GRACIAS MAMI.
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