
Justo el día anterior se me había terminado el tan socorrido fármaco llamado Ibuprofeno y no tenía nada que tomar para aliviar el dolor.
La suerte estaba de mi parte, pues tenía cita con el médico para pedirle una receta de Ibuprofenoeno, que me permitiera comprarlo por unos céntimos menos, por tanto acudí al médico después de dejar a mi niña en el colegio pero con pretensiones muy diferentes a las que tenía cuando pedí la cita.
El médico estaba justo al lado del colegio de mi niña. El camino hasta cole fué arduo y doloroso, pero la vuelta del médico de película.
En cuanto el médico vió lo limitado de mis movimientos, como si una adorable abuelita hubiera entrado en su consulta, y después de un pequeño reconocimiento quejumbroso y doloroso, decidió inyectarme un fármaco antiinflamatorio.
Ahora, además de no poder mover el cuello, el brazo y hombro izquierdos, tampoco podía andar correctamente, y los trece minutos de camino hasta mi casa, se convirtieron en 30. Iba coja de la pierna derecha e inmovil de la parte izquierda. En bloque giraba mi cuerpo para mirar si venía algún coche y podía cruzar o no la carretera. Algo semejante a un zombie o alma en pena.
Aún así, podía sostener el teléfono movil con la mano derecha para ir narrando a mi mamá, lo penoso de mi vuelta a casa. Me daba la risa pensando en la imagen que proyectaba. Me hubiera gustado encontrarme conmigo misma por la calle y así poder ver el efecto que causaba en los viandantes mi nueva imagen.
A duras penas llegué a mi casa y poco tiempo después venía mi mamá con mi niña, trás haberla recogido del colegio. Qué haría yo sin mi mamá. GRACIAS MAMI.
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