Hola a todo el mundo. Sin más preámbulos comienzo.
Terminado un curso de mes y medio asistiendo a clases interminables de inglés de cinco horas todas las tardes, con un único descanso de veinte minutos, mis compañeros de desgaste de neuronas y yo, nos disponíamos a cumplir con las expectativas estadísticas de la coordinadora de Lanbide, encargada de la supervisión del buen funcionamiento del curso, con apariciones estelares sorpresa durante el desarrollo del mismo. Dicha persona solo apareció el primer día, para explicarnos las firmes normas que todos debíamos cumplir durante el curso, para poder conseguir el codiciado diploma de acreditación de asistencia al curso de 200 horas a presión de inglés comercial.
La asistencia era obligatoria, la puntualidad innegociable y quedaba terminantemente prohibida la ingesta de cualquier producto dentro del recinto.
La hora de entrada al curso había sido fielmente respetada por nuestro profesor de ascendencia India, totalmente amedrentado por el miedo a cualquiera de las visitas sorpresa de la supervisora.
Solo el último día del curso cambiaba el horario de entrada, pues la supervisora terminaba su horario laboral los viernes a las tres y media de la tarde, y coincidía con la hora de entrada al curso, por tanto para que ella pudiera salir a su hora, quince personas debíamos acudir a la academia, media hora antes de lo normal, para que a ella le diera tiempo a hacernos la anónima encuesta de satisfacción antes de las tres y media.
Hechos los honores y recibidos los impresos, mis compañeros y yo rellenamos la encuesta con nuestra anónima humilde opinión.
De cero a diez la mayoría de mis respuestas se acercaban más a la nota más alta. Estaba contentísima con el curso. Había aprendido muchísimo con mucho esfuerzo y trabajo, pero había merecido la pena. Mi nivel de Inglés había subido como la espuma en tan solo mes y medio, de hecho en el examen final había obtenido la nota más alta de toda la clase. Había respondido correctamente a un 87% de las preguntas de un complicado examen final.
En el último apartado de la encuesta, las preguntas se referían a nuestra opinión sobre las perspectivas de futuro.
- ¿De cero a diez, cuanto cree usted que el curso realizado le ayudará para mejorar en su carrera profesional? - mi anónima respuesta basándome en que mi carrera profesional paró en seco hace casi 30 meses mi respuesta fue un cero.
- ¿De cero a diez, cuanto cree que el curso realizado el ayudará a promocionarse en su puesto de trabajo?- mi anónima respuesta basándome en que no tengo puesto de trabajo fue otro cero.
- ¿De cero a diez, cree que el curso realizado puede ayudarle a encontrar un puesto de trabajo?- basándome en mi infructuosa búsqueda de empleo durante casi 30 meses, en los que he perdido la cuenta del número de cursos que he realizado y no me han ayudado, mi respuesta fue de nuevo un cero.
La supervisora del curso se disponía a recoger las encuestas a los que habíamos terminado. Nos informó de que según se las fuéramos entregando, les echaría un vistacillo rápido, únicamente para asegurarse de que no habíamos dejado huecos en blanco.
Cuando le entregué la mía, después del pertinente "inocente" vistazo, se acercó resolutiva hasta la mesa que había sido testigo de mis esfuerzos por aprender todo el inglés que me fuera posible, durante un mes y medio y poniéndola sobre ella, comienza el asedio.
- ¿Has puesto un cero en las tres últimas preguntas?¿Tu estás segura de haber entendido bien la forma de puntuar y lo que se te pregunta? - comienza con tono conciliador.
- Si. Estoy segura - respondo.
- Pero tu ¿qué estudios tienes? - continúa.
- Yo tengo Formación Profesional en Administración y Comercio - respondo aún tranquila.
- ¿Y tu no crees que en una selección de personal, tendrías más posibilidades de ser la elegida con el nivel de Inglés que has adquirido con este curso? - pregunta ya con un gesto más adusto.
- Pues si la otra persona tiene menos nivel pero también quince años menos que yo , igual no , no tengo más posibilidades - contesto con corrección.
- ¿Y pones un cero en la respuesta de que en tu puesto de trabajo no te va a ayudar el curso? - sigue reprochándome.
- Si. Pongo un cero porque no tengo trabajo - respondo.
-¿Y un cero a que el curso no te va a ayudar a encontrar trabajo? - continúa cada vez más indignada.
- Si. Llevo buscando empleo más de dos años, he hecho más de 15 cursos diferentes y ninguno me ha ayudado - respondo con la tranquilidad de expresar simplemente mi opinión según mi experiencia.
La supervisora llega al final de sus reproches y como método de expulsión de su rabia contenida, pues mis ceros iban a desmerecer el resultado de sus estadísticas, coge mi encuesta con desdén, da media vuelta y según sigue recogiendo las encuestas de mis compañeros...
- ¡Pues con esa actitud, no sé donde crees que vas! - me increpa.
Claro, al no aparecer por allí en mes y medio para supervisar o lo que es lo mismo, hacer su trabajo, ella no podía saber que mi actitud durante el curso había sido acudir a recibir cinco horas seguidas de inglés una de las tardes incluso con collarín, después de haber sido diagnosticada de una cervicalgia aguda. No sabía tampoco que solo había faltado un día a clase en todo el curso, o que lo había aprovechado hasta el punto de sacar la nota más alta en el examen final. Claro, con esa actitud ¡dónde voy!.
Su actitud prepotente, su injusto e "inocente" vistazo a mi anónima encuesta y reproche final, dañan mis sentimientos ya afectados por 30 meses de actitud inquebrantable de búsqueda de empleo e intentos de salir del pozo de los deseos de los desempleados.
Pongo en conocimiento de la academia de formación la forma en que he sido tratada por esa mujer, que desde ese mismo momento ha perdido su título de supervisora para mi, para pasar a ser solo una desagradable mujer con suerte de tener un trabajo, y después de varios días me repongo como siempre intento hacer después de haber sido golpeada en este caso psicológicamente.
Mi única opción para demostrar que de cero a diez, su diploma de asistencia al curso de inglés, me la trae al pairo un diez, ha sido no acudir a recogerlo, sabiendo que iba a ser devuelto a Lanbide.
Por mucho que nos recorten el presupuesto, los derechos y las ganas de seguir adelante, al menos no podrán recortarnos la dignidad.
De cero a diez, un diez a la dignidad de las personas. GRACIAS DIGNIDAD.